En los primeros días del mes de julio de 1972, el Batallón de Cadetes del Colegio Militar fue dotado de poleras de color verde. Una semana más tarde, todos los cadetes de Primer año decidieron ponerle un nombre a su deserción masiva, como: “Operación Poleras Verdes”.
Por entonces, el suscrito era cadete del Curso Básico, esto porque aún no era bachiller. En el Primer Año revistaban los cadetes que ingresaron al Colegio Militar, siendo ya, bachilleres. Lo que en común teníamos ambos niveles, era que todos éramos cadete nuevos y designados como “sarnas”, “mostrencos”, “perros”, “sapos”, etc.
En las primeras semanas de nuestra estadía en esa academia militar, el efectivo de ambos niveles era algo más de 300, número que fue reduciéndose con el trasncurrir de las semanas y meses, hasta que para el mes de junio, ambos paralelos del Curso Básico (Básico “A” y “B”), tenía un efectivo 52 cadetes y los cursos Primero “A” y Primero “B”, eran 58, haciendo un total general de 109 “sarnas”…… El resto y desde principios de año, en su mayoría habían desertado al no poder resistir tanto maltrato físico brindado por los cadetes de cursos superiores.
Así llegó la primera semana del mes de julio. Mi persona se desempeñaba como “Encargado de Curso” (del Básico “A”) y como tal ocupaba el primer pupitre adyacente a la puerta de ingreso al aula. Uuna mañana de esas, cuando el profesor de turno aún no se había hecho presente, Meruvia asomó su cabeza y me dijo:
“Que su curso; (se refería a los dos paralelos del Primer Curso), había decidido desertar esa noche por el salvaje e inadmisible trato del que éramos objeto casi a diario y que ni los judíos los habían recibido de sus carceleros, los nazis”.
Dejé que expusiera sus argumentos y cuando terminó, escuetamente le respondí:
“En mi curso no existen cobardes, si vamos a abandonar el Colegio Militar lo haremos en ataúd”.
A continuación cerré la puerta.
Esa noche a las 21:00 – como todas las noches – tocó la corneta para el “Parte de Retreta”. Como pocas veces, en esa oportunidad no “chocolateamos”, es decir, no nos hicieron trotar alrededor del patio de honor con las manos en la nuca, impulsados por cinturones o con lo que tenían a la mano, nuestros “brigadieres”. Por supuesto que de los chocolates masivos nadie se salvaba, ni siquiera los cadetes de Tercer año, aunque el trato hacia ellos y debido a su antigüedad, era más suave; recuerdo que algunas veces no trotaban, los mantenían plantoneando mientras el resto hacía crujir con sus botas o botines, el ya desportillado pavimento del patio de honor.
Luego de controlar que nadie faltaba a esa formación, el Capitán de Servicio hizo escuchar su hermosa orden: “Batallón buenas noches” y la respuesta al unísono y a todo pulmón fue: “Buenas noches mi teniente”. A continuación, el oficial gritó su orden de: “Conducir” y fuimos conducidos a nuestros dormitorios entonando alguna canción, como por ejemplo: “vamos a dormir, dormir, dormir…..”.
Esa misma noche y tres horas más tarde – a las 24:00 – se produjo otra formación. Esta vez los cadetes del Primer Año, individualmente y sigilosamente abandonaron sus dormitorios y se dirigieron a la parte tracera del Colegio Militar que colinda con Calacoto y formaron para ser controlados por uno de ellos. Todos vestían uniformes incluido sus flamantes poleras verdes. Verificaron si se habían hecho presentes todos; pero no, faltaba uno que había decidido no desertar y como la consigna era desertar todos o nadie, decidieron abortar la operación y retornaron a sus dormitorios, se pusieron sus pijamas y se acostaron “de costado derecho”, como era la norma.
Ese intento fallido de deserción, se mantuvo en secreto por varias semanas.
A Meruvia, el instigador a la deserción no eran precisamente virtudes las que adornaban su personalidad. Meses más tarde fue dado de baja. Muchos años después, lo vimos como diputado por el MIR; llegó a trabajar en el área de mantenimiento dd vehículos de la alcaldía de la ciudad de La Paz de donde fue expulsado al ser sorprendido vendiendo autopartes de los vehículos. Unos meses antes – en 1988 – cuando los tanquistas del Regimiento Calama nos dirigíamos al Colegio Militar para participar en la celebración de creacion del Ejército, lo vi a Meruvia ataviado con su uniforme de gala – chaqueta azul, colán blanco y botas negras- montando en caballo y desplazándose por la avenida de Irpavi, posiblemente retornaba del club hípico «Los Sargentos».
Decía líneas arriba que la operación «Poleras verdes” se llevó a cabo en los primeros días de julio de 1972.
Unos doce días más tarde, – el 14 de julio – nuestros brigadieres, cuyo efectivo era 52, SE AMOTINARON. Decidieron todos y nada menos que a vista y paciencia de los oficiales, abandonar el Colegio Militar por la puerta principal y se dirigieron a pie hasta el Gran Cuartel de Miraflores a exponer las razones de su amotinamiento. Se podría decir que desertaron por dignidad, pues, algún oficial se atrevió a chocolatearlos delante de todos sus cadetes subalternos. Tan humillante trato a los cadetes de último cuso que con tanto sacrificio se habían ganado un trato deferente, no fue de su agrado A partir de ese día no los volví a ver, sino, hasta el mes de febrero del siguiente año cuando retornaron de los cuarteles donde habían sido destinados en situación de castigo.
Para los más sarnas, fue una bendición que los brigadieres abandonaran el Colegio Militar, porque con seguridad y más temprano que tarde, se hubieran anoticiado del intento de deserción del Primer Año y ya me imagino el calvario por el que hubiésemos tenido que atravesar culpables e inocentes y quizás por ello, el efectivo de “los sarnas” hubiese mermado más.
Como el Colegio Militar ya no contaba con brigadieres, tomaron el mando del Ejército y de la Naval (que por entonces convivíamos en el mismo instituto), los cadetes navales de tercer año, más conocidos como LOS SIETE MACHOS, esto, porque los brigadieres navales se encontraban en algún punto del planeta realizando sus prácticas marítimas en barcos argentinos. Tampoco se encontraban en Bolivia los cadetes de tercer año del Ejército porque habían viajado al Canal de Panamá a recibir entrenamiento especializado.
Por consiguiente, LOS SIETE MACHOS y desde el 15 de julio de 1972 y hasta fin de año y sin ser todavía «brigadieres», se convirtieron en los nuevos amos del Colegio Militar.
Sucedió algo más – entre muchos otros hechos – ese mismo año de1972.
Resulta que en uno de esos frecuentes chocolates, el Capitán Caballero, al observar cómo saltábamos hacia arriba desde la posición de cuclillas, le dijo a otro oficial y a viva voz: “!Mirá, estos sarnas parecen Apaches!!!”. Desde entonces y para siempre, adoptamos ese mote como nombre de guerra. Lo interesante es que cada cuatro tandas de ese instituto, automáticamente reciben como herencia, el mismo apodo. Por ejemplo, cuando mi tanda llegó a último año, nuestros sarnitas adoptaron ese nombre de guerra y los sarnas de nuestros sarnas, lo volvieron a heredar y así, sucesivamente hasta el presente año.
Quizás no esté exagerando al afirmar que mi tanda – la de los primeros “Apaches” – fue y desde que se fundó el Colegio Militar, la que más sufrió debido a esa rutina de extremo mal trato del que fuimos objeto.
Para finalizar:
Cada rincón del Colegio Militar alberga una particular historia triste y hasta dramática, matizadas por cierto, de momentos placenteros, como fueron los casos de incontables aventuras de amor y otras locuras practicadas por esos jóvenes cadetes, algunos de ellos casi niños, quienes supieron vencer todo tipo de obstáculos en su propósito de cumplir su juramento de consagrar su vida al servicio de su país.